El acordeón de Donato


   Los escritores que asumen su oficio con vehemencia, entienden que la inspiración no llega por azar, sino que es producto del trabajo constante, que implica saber mirar, escuchar activamente y estudiar con atención a las personas, sus objetos y a otros seres vivos. Así, el panadero de la esquina, el teléfono descompuesto y hasta el cachorro que marca territorio en la pared de la casa, pueden convertirse en los protagonistas de buenas historias, si quien las escribe descubre o recrea en ellos ciertas cualidades o características fuera de lo común.

   Por eso, varios de los relatos de Vidal Chávez López (Punto Fijo, 1949-Maracaibo, 2008), giran en torno a algún familiar, quien bajo el designio de la prolífica imaginación del autor, posee una que otra mágica particularidad. En esta ocasión, es su concuñado músico y su singular instrumento, los que viajan del mundo real al universo fantástico de Sanguillén, una suerte de Macondo pero al mejor estilo del Chino Vidal. Como un regalo adelantado por la época decembrina les invito a disfrutar con asombro infantil de “El acordeón de Donato” (2004), un texto inédito que estuvo cuidadosamente resguardado por un apreciado amigo y que merece ser compartido:


  “Nadie nunca supo cómo y cuándo apareció aquel acordeón al pie de la estatua del hombre que está en la plaza montado en un caballo blanco. Lo cierto, es que el acordeón fue hallado cerca de la efigie del héroe de la independencia nacional, sin que nadie diera razón de ello o que alguna persona reclamara al instrumento musical por ser de su propiedad.

   El organillo permaneció en la plaza mayor de Sanguillén durante cinco días y cinco noches, y nadie del pueblo se atrevía a tomarlo o tantearlo por mera curiosidad. Y es que el acordeón irradiaba una fuerza extraña que ninguno de los músicos del pueblo se atrevía a manipularlo.

   El viejo Álvaro Jaramillo, quien había sido acordeonista de un grupo musical de la costa colombiana, observó el órgano detenidamente durante varios minutos, como quien macera sus visiones en el tiempo. Después de auscultar el instrumento melodioso con sus ojos de experto chamán, emitió un diagnóstico que dejó sorprendidos a todos:

   –Que nadie se atreva a tocar este instrumento, porque es el acordeón de Satanás y una mente malévola lo trajo hasta acá para que Sanguillén desaparezca de la faz de la tierra. La persona que lo manipule caerá fulminada, como si hubiera sido atravesada por un poderoso rayo.

   Persignándose y lavándose los ojos con agua bendita, el viejo Álvaro Jaramillo se alejó con prisa del lugar. Después de escuchar aquel dictamen tan fatalista, que no tenía nada relacionado con la música sino más bien con la erudición de un versado en exorcismo y el arte adivinatorio, fueron muchos los parroquianos que se dirigieron a rezar a la catedral y a la basílica para encomendarse a Dios.

   Cuando el padre Blasco se enteró de lo que había dicho el viejo acordeonista, como representante de Dios en Sanguillén solo atinó a expresar ante su aterrorizada feligresía:

   –El día que tengamos que guiarnos por lo que digan los pájaros de mal agüero o los aprendices de brujo, este pueblo estará totalmente perdido y tendremos todos que ir a pudrirnos en la profundidad de los barrancos.

   Si la aparición del acordeón estuvo rodeada de un gran misterio, la imprevista presencia de un joven que nadie conocía en el pueblo, fue más sorprendente. Todos vieron caminar con seguridad al joven por la calle que llevaba al malecón. El mozalbete atravesó la plaza, y se abrió paso entre la gente curiosa que también pretendía observar el acordeón.

   Sin pronunciar una sola palabra o hacer un gesto de inconformidad, el muchacho miró sin fascinación el acordeón y lo tomó entre sus fuertes manos. Nadie había visto jamás al joven, pero su cara les pareció tan familiar y sus actos tan espontáneos que, hasta los perros flacos y miserables que dormían en la plaza, lo confundieron con uno de los mozos que siempre acudían a la vieja ciudadela a presenciar la retreta dominical. Por eso, nadie trató de impedir que el joven tomara el instrumento musical para arrebatarle melodías inéditas.

   –Donato, toca algo, le dijo Fredefinda al chaval con una exagerada familiaridad, que a muchos le produjo un imprevisto bochorno debajo de la Resolana.

  –Señora, ¿qué canción quiere que armonice con el acordeón?

 –Donato, toca lo que mejor te parezca.

 –Señora, ¿quién le dijo que mi nombre es Donato?

 –Es que te pareces a mi hijo Donato, quien era un gran músico y una noche, al naufragar su cayuco, desapareció entre las aguas agitadas y profundas que rodean a este pueblo de agua.

   El joven permaneció unos minutos en silencio sin aclarar si ese era o no su nombre, pero todos con excedida confianza también comenzaron a llamarlo Donato El acordeonista. Cuando Donato empezó a tocar el acordeón, además de las notas musicales, del instrumento salían mariposas nunca vistas; pájaros de plumas multicolores; flores silvestres de inagotables olores; palabras sagradas que abrían a la paz los corazones de hombres y mujeres; aves de plumaje real; mansas palomas de encantos celestiales; sueños realizables emplazados en la esperanza; caracoles de inusitados colores; peces voladores que caían en la mitad de las calles cercanas al malecón y, sobre todo, una fastuosa policromía que emperifollaba las fachadas de las casas.

   La gente se entretuvo tanto con aquel inesperado acto de magia musical y la terapia sonora del acordeón, que nadie se molestó en indagar de qué terruño o país procedía Donato o si ese era su verdadero nombre.

   –Yo les había advertido que ese era el acordeón del diablo, reafirmó el viejo Álvaro Jaramillo, al escuchar y ver la expresión melódica de aquel instrumento musical de disparate que tocaba Donato.

   A partir de entonces, Donato era invitado para alegrar con su acordeón todas las fiestas de Sanguillén y los días domingos deleitaba a las muchachas en las retretas que se organizaban en la plaza mayor.

   Donato seguía arrancándole melodías al mágico instrumento y mientras más música entonaba, además de las mariposas coloreadas, los pajarillos policromos, las flores de aromas seductores, las palomas de la paz y los peces que surcaban las alturas, el cielo de Sanguillén se iba llenando de arcoiris y poblando de resplandecientes estrellas que guiaban a los marineros y pescadores despistados que surcaban el mar.

   Eran tantos los arcoiris y las estrellas, que ya no cabían en el firmamento del pueblo, por lo que la gente subía hasta la bóveda del cielo para tomar estos cuerpos celestiales y engalanar el techo de sus casas.

   Un día, después de poner a prueba la fuerza de su corazón al ser rechazado por la única muchacha de Sanguillén que olía a miel y tenía la piel de caramelo, el joven Donato y su acordeón desaparecieron de la misma manera que se presentaron al pie de la estatua del hombre que se encuentra montado en el caballo blanco.

   Desde entonces, nadie supo dar razón del joven acordeonista. Sin embargo, todos en Sanguillén sabemos que a Donato no lo aniquilará el olvido, porque las cosas placenteras que visten y le dan vida a este pueblo se las deben a él y a la música fantástica que salía de su mágico acordeón.”

El acordeón de Donato. Vidal Chávez López.

Donato D´Angelico es el acordeonista que inspiró este cuento.



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