“Con Cheo González nace el talycualismo-leninismo”


La nueva hermenéutica del maracuchismo-leninismo
“Con Cheo González nace
     el talycualismo-leninismo”  

La presente entrevista fue publicada
en 1990 en el diario Crítica de Maracaibo, luego
de la presentación del libro El Cuerpo de Gota Aquel
del recién desaparecido periodista, escritor
y profesor universitario José “Cheo” González.

Vidal Chávez López


Víctor Hugo dijo que “todo individuo aporta una prosodia nueva que participa de su aliento”. Con estas palabras el escritor trataba de explicar la literatura como el acto de tejer palabras desde la imaginación, lo que se convierte en una extraordinaria aventura como de la que después habló Guillaume Apollinaire en un maravilloso poema.

Por eso, en ese juego fascinante de escribir emparentado con la noche sublime para  conjugar y divinizar las palabras, nada nos asombra del anclaje en la memoria, del torbellino de emociones, que el periodista, el escritor, el desenterrador de recuerdos, el aquietador de fantasmas, José “Cheo” González deja deslizar con la fuerza estallante de una inesperada revelación en su libro de cuentos El Cuerpo de Gota Aquel.

Embarbado, el periodista y escritor nos recibe en la amplia sala de su apartamento. Viste unos blue jeans holgados y una camisa blanca de lino. Sentado en una mecedora, “Cheo”  González observa como el viento ahuyenta a una mariposa que intenta entrar por la ventana y aprovecha el lastimoso arranque de nuestra grabadora para tomar su libro El Cuerpo de Gota Aquel. Al azar lo abre en el cuento Los Desvestidos de la Virgen, dedicado a la pintora Karem Arrieta. Como un detallista de la pronunciación, “Cheo” González lee como si recitara. Ya no metafóricamente, recita: “La Basílica se llenó de rubor. Mejillas sonrojadas de una Catedral en vigilia que se estremece ante la presencia de la humana ceremonia de desvestir a una virgen…”

-¿Cuándo vas a botar a ese esperpento?- nos pregunta “Cheo” González riéndose, al notar el definitivo abatimiento del anacrónico aparato comprado a los buhoneros del Callejón de los Pobres. Reconociendo que el cassette no es un sustituto de la memoria, dejamos a un lado la grabadora y recurrimos a nuestra libreta de apuntes y al humilde bolígrafo desechable.

Afuera el cielo está nublado, pero al entrevistado no le importa si no sale el sol, pues si hay una característica que define a José “Cheo” González es su natural irreverencia. El día que conocí a “Cheo” González, formaba parte de un pequeño grupo integrado por estudiantes de las escuelas de Comunicación Social y de Letras de la Universidad del Zulia que, en horas de la tarde, se había reunido alrededor de una mesa del cafetín de la Facultad de Humanidades y Educación de esa Alma Mater.

Alguien del grupo nombró al recordado Carlitos Gardel, oportunidad que fue aprovechada por “Cheo” González para alzar el dedo índice de la mano izquierda y tomar la palabra. Luego, ante el asombro de los estudiantes de Letras pertenecientes a La Pandilla Pataruca, “Cheo” González abrió una sabrosa discusión al afirmar que el compositor de tangos Astor Piazzola, era el mejor escritor de Argentina, muy superior a Jorge Luís Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar y Macedonio Fernández. “Y que conste, que el tango no es la mejor música de la bolita del mundo”, dijo y pasó a explicar una sustentada sociología del tango. Para cerrar la faena tanguera, cantó desafinadamente su versión libre de Tomo y obligo que todos, al unísono, aplaudimos.

Una vez, en el restaurante Sed del Mar, desde la cabecera de la mesa, “Cheo” González exigió silencio para oír a Agustín Lara que, desde la vieja rocola, cantaba María Bonita. “Ese es un poema extraordinario que debe aparecer en todas las antologías que se escriban sobre la poesía latinoamericana”, expresó. De seguidas, presentó una emocionada y profunda sustentación de su planteamiento, en la que demostró poseer un denso conocimiento del profuso repertorio de romántico desgarro del legendario cantautor veracruzano.

Recientemente, un amigo le regala un perrito y le pone por nombre “Niño”, porque una de las primeras travesuras del animal fue la de hacer pis sobre un cuadro del pintor zuliano Carmelo Niño, obra que pensaba colgar en la pared de la sala de su apartamento.

Nace el Talycualismo-leninismo

Así, con esa misma irreverencia, “Cheo” González nos entrega su libro El Cuerpo de Gota Aquel, publicado por ediciones Astro Data. A tono con la presentación que el poeta Blas Perozo Naveda hace de la obra de “Cheo” González, escribimos: “Inventemos, miserable lector, nuestra propia convención: estamos en la caseta de transmisión. Hay un gordo que hace numeritos y comentarios al margen, mete la cuchara de vez en cuando al haber un error, da precisiones con respevto al average e historial de los jugadores. ¡Esss José Cheo González”. Perozo Naveda agrega que “con toda echonería del caso me declaro su descubridor para el Zulia, Venezuela y toda América Latina, queridos fanáticos”.

Para el poeta-descubridor Blas Perozo Naveda, con el libro de “Cheo” González “nace la nueva hermenéutica del maracuchismo-leninismo: el Talycualismo-leninismo, cuya esencia es el disparate. Porque todos en este país somos unos disparateros, tal cual nuestra propia Historia”. Perozo Naveda recalca: “No sé a dónde demonios irá a llegar con semejante invento. Sea donde sea que llegare, allá en la Perestroika nos encontraremos: César Chirinos, Alexis Fernández, José Quintero Weir, Alvar Fañez, Vidal Chávez López y, por supuesto, yo”.

“La hermenéutica de la vidorra del lenguaje”

            De José “Cheo” González teníamos como referencia su libro escrito sobre el ciclista Nicolás Reidtler, publicado en 1978 por Ediciones del Lago, Edilago. Por eso, el entrevistador, pegándole un embalaje a la historia, retrocede rueda libre en el tiempo y, con increíble velocidad, echa a un lado -por ahora- del libro El Cuerpo de Gota Aquel.    

-En tu libro Reidtler constatamos que en el periodista que narra la vida de este ciclista venezolano, hay asomos del innegable virtuosismo de un escritor fecundo que maneja los secretos, que recorre los meandros de la palabra y tiene el dominio de eso que tú, en la vivaz tertulia entre amigos, llamas la “hermenéutica de la vidorra del lenguaje”.  

-Ese libro sobre Reidtler lo escribí por una red de circunstancias del azar. Omar Uribe, dueño de la Editorial del Lago, me llamó para que escribiera un libro sobre Nicolás Reidtler, quien se encontraba convaleciente en el Hospital Central de Maracaibo, debido a una grave lesión que había sufrido en una pierna al caer de su bicicleta durante el desarrollo de una competencia ciclística. Desconocía muchas cosas de Reidtler, pero comencé a investigar y viajé a la ciudad aragüeña de Cagua, población donde nació este ciclista. También estuve en San Cristóbal y Pamplona, Colombia, entre otras ciudades donde Reidtler degustó el sabor de la victoria. De tal manera, fui conociendo al niño, al hombre, al ciclista. Me adentré en el personaje y descubrí que detrás del ciclista que, palmo a palmo, con las ruedas de su máquina recorre las entrañas de la tierra plana y empinada, hay un hombre solo, un viajero, un transeúnte de pistas y carreteras, lleno de una honda tristeza. Porque para el ciclista, grácil jinete montado sobre en ese potro de hierro que es la bicicleta, correr es estar permanentemente en la vía consigo mismo. De tal forma, de Nicolás Reidtler aprendí que el ciclismo es un deporte, un estado de vida, que implica una extraordinaria soledad. En las tres, cuatro, cinco horas que puede durar una carrera, los únicos y verdaderos compañeros del ciclista en acción son sus condiciones físicas, su bicicleta, su definitiva soledad, su infinita y fatigante angustia interior de vivir el milagro de llegar primero a la meta. De esa vivencia que tiene todo ciclista, no podía abordarla desde un simple reportaje. Por lo tanto, tuve que recurrir a los recursos literarios de los cuales se vale todo periodista que, como escritor,  valora su inteligencia.

-Después de publicar Reidtler en 1978, pasaron aproximadamente doce años de silencio, que se rompen con la aparición de tu reciente libro. ¿A qué se debió esa evasión rezagada sin publicar de más de una década?

-Luego de Reidtler, seguí enfrentado a la oculta batalla, a la constante confrontación de escribir. Pero cuando viajo a París a estudiar en la Universidad de La Sorbona, me destapo a escribir con vigor, a vivir el milagro infinito de la creación. En París me brotan de la memoria los sueños, los recuerdos de la infancia vivida en el campo petrolero de La Concepción, que es para mí como el propio patio de la casa. Así, en París escribo el cuento “El Cero-cero, la caraqueña y el estadio Canaima”.

-¿Por qué menciona con especial referencia a ese cuento?

-Con ese texto gané el Primer Premio de un concurso literario convocado por la Asociación Venezolana de Estudiantes Residentes en Europa, con un jurado conformado por el poeta Caupolicán Ovalles, el escritor Luís Britto García y el historiador y escritor Gerónimo Rascaniere. Los veinte mil francos que me entregaron por el premio me salvaron la vida, ya que -como profesor becario de la Universidad del Zulia- tenía seis meses sin recibir un bolívar de LUZ, debido a la crisis económica provocada por el llamado Viernes Negro. A raíz de escribir el cuento “El Cero-cero…”, comencé a entender que en la medida en que, dentro del proceso creativo e imaginativo, podía describir a La Concepción mejor podía expresar mis remotas vivencias y la de mis amigos. Desde entonces, La Concepción es para mí como un sueño recurrente que todavía persiste.

Sin la angustia existencial de las influencias

-Harold Bloom escribió un brillante y profundo ensayo sobre la forma aceptada de como un poeta o un escritor, a través de su obra, contribuye a formar a otro en su travesía por la escritura. Producto de tus primeras lecturas, ¿qué escritor pudo haber influido en su espacio imaginativo?      

-Sin pedantería, admito que no sufro de esa terrible desazón que Bloom llama “la angustia de las influencias”. Por lo tanto, reconozco que no tengo influencia de ningún escritor en especial. El poeta y ensayista José Antonio Castro, en una larga conversación que sostuvimos después de leer mi libro El Cuerpo de Gota Aquel, me comentó que en algunos de mis cuentos había encontrado cierta relación con los textos que Charles Boukowsky publicó en su obra “Cuentos de la Locura Ordinaria”. El poeta Castro me prometió varios libros del citado escritor, a quien jamás he leído, aunque en París vi la extraordinaria interpretación cinematográfica que Ben Gazara y Ornela Mutti hicieron de la obra de este escritor. Así como son valiosas las lecturas, creo que también son importantes las vivencias y la observación que el escritor tenga de la realidad que lo rodea. En el sentido literal de la palabra, jamás he pretendido ser ni seré un escritor. Lo cierto, es no soy nadie más que uno de los catorce hijos del Sapo Llorón de La Concepción.

-Desde esa confesión, ¿para quién escribe “Cheo”  González?

-Escribo y continuaré escribiendo para mis amigos. De manera especial, para El Monqui, El Suave y Perro Sucio, quienes fueron mis primeros amigos en La Concepción. Todos los cuentos del libro El Cuerpo de Gota Aquel fueron unas intensas cartas de amor que envié desde París y estaban dedicadas a las personas que más amo. Por lo tanto, para publicar el libro tuve que pedir prestadas las cartas a quienes pueblan las páginas de esa obra. Generalmente, todos mis cuentos tienen un destinatario, porque en el fondo son canciones de amor que pueden ser acompañadas por una guitarra.

-¿Cuál es la temática que aborda en el libro El Cuerpo de Gota Aquel?

-Aunque suene raro, desconozco sobre qué escribo. Sólo se que escribo guiado por la revelación y fuerza luminosa del espíritu absoluto de la palabra. Estoy engrillao, porque ahora mis amigos dicen que soy escritor. Aunque ser escritor en este país sólo le importa a muy poca gente. Lo interesante de este engrillamiento es que en cada palabra, en cada línea, en cada página, estoy retratado tal cual como soy. Y es allí donde está retratada la hermenéutica del talycualismo, que anunciara el ojo descubridor de mi amigo el poeta Blas Perozo Naveda.

-Desde su punto de vista, ¿cuál es la trascendencia literaria que puede tener este libro?

-Diría que lo más significativo del libro El Cuerpo de Gota Aquel es que trata de ser un encuentro con la gente de las calles Los Cocos y Los Capaos de La Concepción y del barrio Hueco Hediondo, donde transcurrió gran parte de mi niñez junto a mi abuela. Pero si el libro llega a tener cierta resonancia para la critica literaria…¡Mundial Zulia!

Al concluir la frase, como si hubiera sido impulsado, disparado, por una indescriptible fuerza interior, “Cheo” González se levanta bruscamente de la mecedora y afirma:

-Finalicemos la entrevista, porque “Niño” está mirando muy feo a los cuadros de Edgar Queipo y Henry Bermúdez. Ya el perrito levantó la pata, y debo impedir que se los orine, tal y cual como hizo con el lienzo del pintor Carmelo Niño.


               
                       Obra: Elegía Barroca o la fiesta de Cheo. Autor: José Gotopo, 2005.

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