Ese muchacho periodista que soy yo, pertenezco a una
prosapia de fantasmas siderales. Sin embargo, objetando mi alcurnia, siempre pensé
que asumir irremediablemente mi condición de fantasma sideral era la peor forma
de reconciliarme con el destino fijado por el libro del linaje de mis
antepasados.
Desde niño fui educado
para perfeccionar mi condición de futuro fantasma sideral. En un rito de
solitarios, me alimentaban con vidrio molido y papel celofán para que, con el transcurrir del tiempo, me fuera
haciendo definitivamente invisible. Además me daban a tomar bolitas de alcanfor
para purificar mi alma y alcanzar la velada bondad que tienen todos los
fantasmas del mundo. Eso decían, mis padres.
Guiado por mi abuelo,
quien había sido un célebre general de ejércitos inexistentes, sentía que mi
cuerpo levitaba en el espacio estrecho que conduce a los corredores de mi casa.
Me hacía invisible. Entonces traspasaba las paredes y puertas de los cuartos.
Me perdía en la profundidad de los espejos. Desordenaba los armarios de manera
escandalosa. Atravesaba los balaústres y, como un visionario de la esperanza,
desaparecía como un galán bajo las enaguas y las piernas perfumadas de mis
primas.
Hoy puedo decir, sin
ningún remordimiento, que jamás me cautivó esta forma de llevar mi vida.
Confieso que me posesioné de esta incómoda existencia, sólo por el compromiso
heredado de asumir el sueño ruinoso de mi estirpe de fantasmas siderales.
En respuesta, siempre
fui rebelde: me subía al techo de la casa a espantar nubes y tirarle piedras al
Sol, tratando de apagarlo. Un día, cuando desayunaba con papel celofán y
bolitas de alcanfor, me convencí que nunca llegaría a ser un buen fantasma.
Pues, me producían alergia las sábanas, la corpulencia de mi cuerpo me impedía
levitar en el espacio y, por tanto, no podía traspasar las paredes sin provocar
un desastre. Lo peor era que me aterraba vivir como un solitario en las casas
abandonadas y en los planetas deshabitados. Para colmo, las piernas de mis
primas fueron perdiendo, con los años, el divino encanto y la fragancia de la
juventud.
Asumiendo mi derrota como fantasma sideral, decidí
hacerme periodista. Como era de esperar, mi decisión no fue del agrado de la
familia. “Entonces, en lugar de alcanfor, tendrás que comer periódicos”, -dijo
mi padre.
Desde aquel momento histórico
que cambió mi vida, ando escribiendo cuartillas y aún no me he indigestado. Tal
vez porque, preventivamente, antes de ponerme a escribir tomo una pequeña dosis
de bolitas de alcanfor.
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ResponderEliminarMi querido profesor y maestro El Chino Vidal. Inolvidable, aun le recuerdo por los pasillos de la universidad buscando LA 5TA PATA DEL GATO. aún guardo su fotografía en mis recuerdos pintando el mural de mis recuerdos.
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