CACERÍA


Mientras acomodaba los libros de su biblioteca, el viejo sintió un fuerte dolor provocado por el pastiche orgánico que le agobiaba por dentro. “Esto tiene nombre propio: hambre”, pensó el viejo.

Entre la tribulación y el desasosiego interior, el hombre vio a su perro echado en la puerta del salón y con voz trémula le dio una orden al animal: “Bush quiero que me traigas una presa suculenta para el almuerzo”.

El trasnochado sabueso miró con rabia a su amo. Lanzó un prolongado ladrido de protesta y con desgano salió a cumplir la orden de su patrón.

Después de tomar una taza de café humeante que le braseó la garganta, el viejo se acostó de nuevo y se quedó dormido, mientras esperaba el retorno del animal.

Al mediodía, el perro regresó cargando entre los dientes la cabeza ensangrentada de un lobo. Horrorizado y aturdido ante la extrañeza de aquella visión de espanto, el viejo trató de cubrirse los ojos y se percató que le faltaba la cabeza.

                                                                Vidal Chávez López

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