Dama


Uno lleno de esperanza mira su rostro,
la vida que transmite su silencio
y descubre que su nombre
es fábula, presagio,
instantánea claridad, plegaria
y todos los sortilegios
que le asigna el misterio oculto de sus ojos.

La conocí un día encandecido
por revuelta y soles.
La encontré desvaneciendo
el galope desbocado
de mis caballos impetuosos.
Así supe de sus sueños y de su escalofrío.

Uno sabía
-“desde mucho antes,
leyeron en la palma de mi mano
las líneas de mis bienes y mis males”-
que su transparencia remitía
a la placidez de su aliento,
a la suave humedad de sus muslos.

En la pureza de su cuerpo
hay impredecibles mensajes.
Hay la fuerza henchida
de un río subterráneo
que calma desvelos
con infatigable serenidad.

Miro su rostro a una distancia de años
y siento el pálpito de su cuerpo
cautivado en el acertijo
de secretos enroques.

La miro otra vez
y no le pido que diga una palabra
porque el silencio
nos convierte en visionarios.
Usted no necesita hablar
para que adivine
lo que quiere decir
y comience a escribirle un poema
en la región abordable
del tablero de su asombro.


                                              Vidal Chávez López






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