Con el casco echándole humo, Winston Nicotina nació
en la ciudad de Belmont, estado de Chesterfield, a orillas del Golfo de
Marlboro, muy cerca del delta que forman los ríos Astor, Cónsul y Viceroy.
Cuando apenas tenía 12 años, Winston
Nicotina inventó la manera de fumar con la candela para adentro, como táctica y
estrategia para evitar ser descubierto por sus padres, Phillip Lido Nicotina y Fortuna
Kent de Nicotina.
Afirman los biógrafos de Winston Nicotina que
a los 15 años, afligido por un atormentado despecho y luego de fumarse cuatro
cartones de cigarrillos, compuso las canciones “Fumando espero” y “Es el
humo del cigarrillo lo que me hace llorar”, melodías que lo
hicieron famoso en el mundo de la farándula del Golfo de Marlboro.
Algunos
inveterados fumadores sostienen que también compuso el bolero que dice: “Amor,
no fumes en la cama, me decía, / y con sus manos, / de mis labios me quitaba el
cigarrillo, / mientras yo dormía”.
Rico de cuna, su adicción al cigarro
convirtió en cenizas, en polvillo, todas sus valiosas propiedades. Cuando los
ladrones se introducían a robar en sus casas, Winston Nicotina jamás llamó a la
policía porque consideraba que, al hacerlo, perdía un tiempo precioso durante
el cual podía para fumarse unas cuantas cajetillas de cigarrillos.
Al quedar devastado económicamente y sin
tener dinero con qué comprar cigarrillos,
Winston Nicotina comenzó a recorrer las alambicadas calles de Belmont, en la
búsqueda inagotable de colillas de cigarros que personas viciosas lanzaban a
aceras y alcantarillas.
Según
los historiadores, al no poder conseguir colillas de cigarrillos y al sufrir
del síndrome de la abstinencia del tabaquero, Nicotina no tuvo otra alternativa
que inventar el fumador pasivo. Acompañado de fumadores en un ambiente
contaminado, lograba calmar su estado depresivo respirando hondo y absorbiendo
monóxido de carbono y otros componentes del humo del tabaco de la misma forma
que lo hacen los fumantes.
Pulverizado y fastidiado de ser un fumador
pasivo, Winston Nicotina -en el último momento de lucidez que tuvo en su vida-,
implantó su segundo invento: el cenicero. En una demostración del manejo
avispado de la táctica del mercadeo del chicotecillo, colocaba los platillos de
su invención en los lugares estratégicos donde observaba la mayor concentración
de fumadores.
Horas más tarde, pasaba por estos sitios y
recogía los chicotes que los tabaqueros habían depositado en los ceniceros. Así
Winston Nicotina logró prolongar su vicio durante veinte años más, tiempo
suficiente para que la humareda y el alquitrán fueron apagando el fatigado
aliento de su vida.
Trastocado mentalmente por los años y con
la salud afectada por su incontrolable vicio de fumar, Nicotina solía correr
como un desequilibrado detrás de las luciérnagas o bichos de luz, creyendo que
eran cigarrillos encendidos que flotaban en la oscuridad de la noche a orillas
del Golfo de Marlboro.
Winston Nicotina murió el 6 de enero de
1878, precisamente cuando cumplía 65 años. Parece una paradoja, pero su muerte
no fue causada por un enfisema pulmonar ni
por un cáncer de pulmón, sino por la inesperada subida de tensión
cardiaca que le produjo la colosal alegría de saber que, por primera vez en su
vida, los Reyes Magos le habían traído un regalo de cumpleaños: Tres camellos
cargados de miles de cajas de cigarrillos.
Dicen
sus biógrafos que, minutos antes de que se le apagara la vida y sus huesos
quedaran reducidos en cenizas, el último jalón de las palabras pronunciadas por
Winston Nicotina levantaron una humareda cargada de volutas sarcásticas: “¿De
qué me dijeron que morían los fumadores?”.
Vidal
Chávez López
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