Mi
madre tenía cuarenta gallinas africanas que se alimentaban de carne de tigre.
Un
día mi hermano mayor se volvió loco y comenzó a rugir como un tigre de bengala. Cien hombres,
fuertes como un roble, encerraron a mi hermano en una jaula de tigres. Al caer
la noche, las gallinas entraron a la jaula y se comieron a mi hermano.
Mi
madre, para vengar la muerte de mi hermano, agarró la escopeta de mi padre y mató a las cuarenta
gallinas africanas. Les puso la ropa de mi hermano y las metió en una urna de
siete metros de largo por tres de ancho.
Todo
el pueblo asistió al entierro de mi hermano, mejor dicho al entierro de las
cuarenta gallinas africanas. Desde entonces, la gente del pueblo me conoce como
el hermano del difunto gallina.
Vidal Chávez López
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