Papi, te escribe tu hijo, Leopoldo
Henrique, o sea, Leo. Te garabateo, papi, desde un calabozo. Como te debe haber
contado mami, me arrestaron en una esquina cercana a nuestra casa. Me agarraron
con las manos en la masa, o sea, con mi kit de guarimbeiro democrático y
pacífico, es decir, con un neumático, una garrafa de gasolina, fósforos,
piedras, troncos de árboles, binoculares y mi respectiva bomba molotov, como
demostración de estar en pleno ejercicio de la desobediencia civil democrática.
Cuando me atraparon, papi, quería
que mis manos se convirtieran en las garras de Carlos Ortega, para que el kit
de guarimbeiro se me escapara de las manos, como el presidente de la CTV se le
escapó el paro petrolero.
Me siento, papi, una víctima más de
este régimen. O es que acaso no es totalitarismo que tenga una semana sin poder
visitar el Sambil, el Centro Comercial San Ignacio y el CCCT. Papi, no soporto
un día más sin corretear por la Plaza Altamira y enviar mensajes desde mi
celular pantalla azul.
Papi, no sabes, papi, cómo me hace
falta ponerme mis botas Nike, mis lentes Moschino y mis franelas Tommy. Añoro
mis clases de yoga cool y el calor de mi gatita Nikita dormida en mis piernas,
después de comer su plato de CatChow. Me entristece no poder hacer roncar mi
moto Ninja Kawasaki por las calles de Caurimare. Todo porque este régimen, como
dice Carlos Ortega, impide que guarimbeiros democráticos y pacíficos como yo,
cerremos las vías y destruyamos las plazas. Según Enrique Mendoza, Ramos Allup,
Ledezma, Leopoldo López, Capriles Radonski, Julio Borges y Ricardo Koesling,
esto no es delito.
Te cuento, papi, la gran
satisfacción que experimenté cuando quemé el primer neumático de mi vida. Digo
neumático, porque cauchos son lo que queman las hordas. Al principio sentí
mucho miedo, pero me encomendé a monseñor Baltasar Porras y logré salir bien de
mi primera práctica guarimbeira. Papi, te confieso que tragué mucho humo y
estuve a punto de ahogarme. Sin embargo, todo me pareció una experiencia super
espectacular, fue emocionante sentir la candela muy cerca cuando quemaba bolsas
de basura. Lo único que me dio un poco de asco, o sea repugnancia, fue que se
me ensuciaron las manos.
Me hubieras visto, papi. Salté de
la alegría, como cuando los generales González González y Medina Gómez me
autografiaron la bandera de Estados Unidos en la Plaza Francis de
Altamira. Papi, para redondear mi acción democrática, después me fui a lanzarle
piedras a los guardias nacionales. Dentro de un comportamiento genuinamente
democrático y pacífico, guarimbeiramente dicho.
Sin que me dé pena, te confieso,
papi, que he llorado demasiado. Es más, te escribo con los ojos llenos de
lágrimas, como cuando me visitó mami y me dio la sorpresa de traer a Nikita
escondida en su cartera Louis Vuitton. Papi, cuida a mi mininita, pero no le
cuentes de lo que te estoy refiriendo, recuerda que mi felina es más nerviosa
que yo.
Papi, te cuento, que junto conmigo
también está encanado, como dicen los chamos del 23, Julio Gerardo, el hijo del
profesor de la Católica que estudió con mami. Papi, quiero regresar a mi hogar.
Estoy llorando, papi, y no es por el humo de los neumáticos, o sea, los cauchos
quemados, sino porque ninguno de los organizadores de la guarimba está preso.
Vidal Chávez López
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